Los paseos con su perro, inspiraron a Lynne Isbell una idea reveladora sobre la visión humana. Cuenta la antropóloga y especialista en conducta animal que en dos ocasiones su mascota no vio a unas serpientes. La primera vez, fue incapaz de detectar a una rey de California de anillos amarillos. En el segundo encuentro, una serpiente de vientre amarillo resultó invisible para el can.
La profesora de la Universidad de California se preguntó por qué ella si se detuvo en seco ante las inquietantes presencias. Ella y su perro, los dos mamíferos, pero sólo uno fue capaz de percibir la potencial amenaza. El perro tiene mejor olfato pero ella lo supera en el alcance de la visión. ¿Cómo llegamos a esta situación evolutiva?
La visión humana nació entre ramas
Isbell propone una respuesta en su fascinante libro, “La Fruta, el Árbol y la Serpiente: ¿Por qué vemos tan bien?” Allí, inquiere sobre nuestra identidad más fundamental. Su respuesta se remonta cuando éramos pequeñas criaturas y buscábamos frutas entre las ramas. En ese ambiente nació nuestra sofisticada visión humana.
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Su investigación ofrece, la «teoría de la detección de serpientes». Es un enfoque multidisciplinario que incluye la neurociencia visual, la psicofisiología del miedo y la biología evolutiva comparativa. El estudio argumenta que los mamíferos que iban a convertirse en primates no eran depredadores sino presas. La necesidad de detectar y evitar sus depredadores favoreció la expansión del sentido visual. E igualmente produjo la la reducción del sentido del olfato.
Son las mismas serpientes de siempre
Registros moleculares y fósiles revelan que entre los depredadores de los primates, las serpientes llevan más tiempo en el mundo. Su aspecto no ha sufrido transformaciones desde antes de que los primates evolucionaran. Sus cuerpos alargados sin extremidades y sus escamas han sido pistas para su detección durante unos 100 millones de años.
De acuerdo a hallazgos neurocientíficos nuestro cerebro posee mecanismos de detección de serpientes muy eficaces. Contiene neuronas individuales que responden preferentemente a las formas alargadas en movimiento y patrones en forma de diamante. Es decir que las culebras, o cualquier forma similar a la de ellas, son rápidamente identificadas.
Nuestro profundo pasado como recolectores de frutas nos hacía particularmente vulnerables a la astuta serpiente. La presión de depredadora de las serpientes, dice Lynne Isbell, es responsable del nivel superior de la visión humana.
Y pudieron convencer a Eva
Tal vez nunca podamos entender a fondo el arraigo de las serpientes en nuestra conformación humana. Además de la perspectiva científica, la religión, los mitos y el folclore subrayan nuestra profunda conexión con los ofidios. No es necesario tener experiencia de primera mano con ellas para intuir la raíz que nos comunica con su presencia.
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La misma Isbell se permite especular esas honduras al buscar una referencia paralela a su teoría en el mito bíblico. “En la historia del jardín edénico, la serpiente anima a Eva a comer la fruta del árbol. Al hacerlo, la Serpiente le asegura que no morirá y, de hecho, sus ojos se abrirán. Ella verá la diferencia entre el bien y el mal.” Para la antropóloga, esto no difiere sustancialmente de su teoría de la detección de serpientes. En ambos escenarios la visión humana se afina y nos permite avanzar en el proceso de desarrollo de la conciencia.