Los vigilantes se han convertido recientemente en los protagonistas de eventos de confrontación y violencia. Su sola presencia es de por si intimidatoria y emite señales de una violencia potencialmente devastadora. Gente gruesa de piel rosada, armada hasta la exageración, de lentes negros, ropa de camuflaje y cara de matones. Si no tienen armas de fuego recurren a los bates y las hachas. “American people”.
Están allí, cuidando cualquier estatua de Cristóbal Colón y protegiendo los monumentos de la Confederación. Su tribu aparece en las confrontaciones sobre el uso de máscaras de protección o para intimidar a los manifestantes pro Black Lives Matter. No se sabe que provoca más miedo, si ellos o la indiferencia de los policías que pasan a su lado como si fuesen invisibles.
Los vigilantes imponen su ley
Jonathan Obert, profesor de Ciencias Políticas del Amherst College de Massachusetts escudriña este fenómeno en un artículo de The Conversation. De acuerdo a su opinión, la aparición de los vigilantes obedece a su interpretación del concepto de la ley y el orden como un asunto privado.
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El vigilantismo consiste principalmente en la aplicación privada y violenta de normas morales o legales públicas. Sus manifestaciones no las provoca un gobierno débil o ausente sino los cambios de los principios que conforman al mismo régimen.
¿Una nueva guerra civil?
Muchos estadounidenses sienten que las reglas del juego están cambiando de manera injusta y esto les provoca incertidumbre respecto al futuro. Mientras los académicos y expertos opinan sobre la posibilidad de otra guerra civil, la política doméstica se inunda de violencia. Las implicaciones de este escenario se están agravando más que en cualquier otro momento en los últimos 50 años.
Los vigilantes estadounidenses están históricamente vinculados con las terribles campañas de linchamiento de finales del siglo XIX y principios del XX. El objetivo de estas violentas iniciativas estaba dirigida contra los negros y otras minorías raciales del país.
Comités de vigilancia
Obert junto a la politóloga Eleonora Mattiacci han estudiado los llamados «comités de vigilancia». Estos eran grupos privados organizados en los decenios anteriores a la Guerra Civil que promovían actitudes anti-inmigratorias. Surgieron, precisamente cuando las leyes relativas a los poderes de los gobiernos locales estaban sufriendo rápidos cambios.
Los vigilantes han instigado a menudo los peores instintos de la política criminal de los Estados Unidos. Hacen parecer que la justicia depende de lo que la gente quiere en lugar del estado de derecho. Pero igualmente representan una muestra de la complicada relación entre la violencia y la justicia en el corazón de la democracia estadounidense.
Noción más profunda
Ober recomienda que los estadounidenses deben desvincular las formas perjudiciales de vigilancia de una noción más profunda de ésta. “La democracia puede requerir que los ciudadanos comunes confíen, al menos en parte, en sí mismos para hacer cumplir la ley”, afirma.
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Los fundadores pensaron seriamente en la protección de sí mismos y de la comunidad. Los vigilantes de ese momento creyeron en la participación popular en la aplicación de la ley y la defensa. En esa circunstancia pudo servir de un importante correctivo para un sistema legal opresivo y sin respuesta.
Concluye el politólogo, “la democracia requiere que los estadounidenses de alguna manera estén atentos al uso de la fuerza entre ellos, sin que ellos mismos se conviertan en vigilantes”.