La migrante irlandesa María Mallon jamás pensó que en Nueva York la fiebre tifoidea cambiaría su nombre para siempre. Su sueño americano estaba en progreso en esos primeros años del siglo veinte. Trabajaba como cocinera para las familias ricas de la gran metrópolis y se dirigían a ella como la señorita Mallon. Su plato más prestigioso era el helado de melocotón. La vida era buena y no extrañaba su pueblo natal Cookstown.
Pero un tejido invisible de escándalo y muerte comenzó a dibujarse en la vida de la infortunada Srta. Mallon. Entre 1900 y 1907 trabajó como cocinera en las casas de siete familias. Con la precisión con la que operan las maldiciones, en cada una de esas casas alguien enfermaba o moría.
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La especialista en helados de melocotón, al darse cuenta de la fatalidad, se escabullía y buscaba un nuevo empleo.
La fiebre tifoidea es de los pobres
La enfermedad bajo la cual sucumbían los comensales era la macabra fiebre tifoidea. La sola palabra tifoidea sonaba equivocada, un padecimiento vergonzoso propio de los pobres. La tifoidea pertenecía a otro mundo y prosperaba en los insalubres barrios bajos de Nueva York. Era un verdadero escándalo en las prestigiosas residencias de Oyster Bay y la Quinta Avenida.
La familia de una de las víctimas contrató al investigador George Soper. Este se dedicó a cazar a la silenciosa portadora de la bacteria Salmonella Typhi. La migrante irlandesa se resistía a creer que ella pudiera transmitir una enfermedad que no padecía. Lo que no sabía Mallon era que las bacterias pueden ser eliminadas por portadores crónicos que no muestran síntomas.
La triste fama de María la Tifosa
La condición de la migrante la hizo tristemente famosa. Después de semanas de aislamiento en un hospital, fue trasladada a la isla de North Brother. Allí, rodeada por las grises aguas del East River, Mallon perdió su nombre. La rebautizada María la Tifosa pasaría tres años en una cabaña adonde le llegaban alimentos que ella misma se preparaba. Esta vez si extrañaba la vida que dejó atrás en los campos de Irlanda.
Mallon nunca reconoció su responsabilidad por los contagios e intentó recuperar su libertad durante sus tres años de aislamiento. Introdujo una acción legal por haber sido marginada sin haber hecho nada malo.
Fue a principio de 1910 cuando pudo abandonar la isla. La condición impuesta era nunca volver a trabajar como cocinera ni manipular los alimentos de nadie.
María vuelve a la cocina
Pero durante cinco años y bajo diferentes identidades, María la Tifosa retornó a su oficio de cocinera en diferentes lugares. Incluso en la cocina de un hospital.
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Poco tiempo después en un centro de salud, repentinamente veinte pacientes desarrollaron cuadros de fiebre alta. De nuevo la fiebre tifoidea irrumpía con varios casos. El investigador Soper, de nuevo la identificó como causante del brote gracias a su tipo de letra en una firma.
Cuarentena perpetua
Su reincidencia había dejado un trazo de contagios imposible de cuantificar. Los registros aproximados sugieren 50 personas, tres de ellas fallecidas. María la Tifosa fue confinada de nuevo a la cabaña. La primera paciente asintomática detectada en la historia sufriría un cuarentena de 23 años que culminaría con su muerte. Tenía 69 años.