Prohibiciones como la Ley Seca norteamericana recuerdan la caída en desgracia ocurrida en el Jardín del Edén. Un mínimo conocimiento psicológico dicta que prohibir es una incitación encubierta a la desobediencia. Según el mito cristiano, vedar el consumo de una deliciosa fruta, con su consiguiente quebrantamiento, convocó todas las penurias de la humanidad.
La Ley Seca y las maneras de evadirla también abrieron puertas al infierno. La diferencia es que Dios, en su poderosa omnipotencia sabía de antemano lo que ocurriría. El gobierno de los EE.UU. tal vez ni lo consideró. Lo cierto es que la lección quedó. No todo se resuelve con reglamentos y prohibiciones.
Para entender esta paradoja de privar del mal para avivarlo, Francisco López Muñoz, profesor Titular de Farmacología y Francisco Pérez Fernández, profesor de Psicología Criminal, ambos de la Universidad Camilo José Cela, revisan las consecuencias de la Ley Seca en un artículo de The Conversation.
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Trece años después de su aprobación, en 1933, la fuerza de los hechos motivó a los legisladores estadounidenses a aprobar la 19ª enmienda a la Constitución, que derogaba la Ley Seca. En el propio Senado de los Estados Unidos se afirmó que la Ley Seca, “ocasionó una increíble corrupción, injusticia e hipocresía y dio lugar a la fundación del crimen organizado”.
Origen de la Ley Seca
¿Pero cómo ocurrió? La respuesta conduce al cristianismo fundamentalista norteamericano. Durante las dos primeras décadas del siglo XX, las bebidas alcohólicas se convirtieron en objetivo de diferentes grupos de presión, como la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza y la Liga Anti-Saloon.
Bajo planteamientos de extremado puritanismo, las culpaban de toda una serie de problemas sociosanitarios que asolaban el país. El consumo de alcohol se asociaba, desde finales del siglo XIX, a la comisión de actos criminales.
Esta presión logró que en enero de 1920 entrase en vigor la 18ª enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, más conocida como “Ley Seca” o Volstead Act. La ley prohibía la fabricación, transporte o venta de bebidas alcohólicas en todo el país, excepto por un reducido número de médicos inscritos en un “registro especial para expender alcohol”.
Delincuencia y enfermedades
Esta prohibición ocasionó casi de manera inmediata un aumento considerable de la delincuencia y de los problemas de salud. En 1923, tres años tras la prohibición, ya se había materializado un auténtico “sindicato del crimen organizado”, que se consolidó en los años siguientes.
En 1932 se estimaba que unas 30 mil personas habían muerto por la ingesta de alcohol metílico y otras adulteraciones. La cifra de consumidores con lesiones permanentes, como ceguera o parálisis, ascendía a 100 mil.
La prohibición fue, efectivamente, el elemento central de la consolidación del crimen organizado en los Estados Unidos. Proliferaron los grupos mafiosos, que vieron en la Ley Seca una gran oportunidad.
También se creó una red de contrabando a gran escala, con buques, lanchas costeras y camiones propios. El paquete incluía una red de soborno que involucraba agentes del servicio de guardacostas y de la policía.
Los delitos violentos, como asesinatos, robos o asaltos, crecieron en los primeros meses un 24%. El número de encarcelados en prisiones federales durante el periodo de la prohibición aumentó un 366%.
Negocio para mafias
De forma paralela, las distintas “familias” de gánsters se disputaban ciudades y barrios como si fueran “mercados comerciales”. La Ley Seca degeneró en el escenario de una auténtica guerra civil no declarada, que causó, en cinco años, y solo en Chicago, más de 500 muertos.
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Junto a los problemas sociales y policiales, surgió también un problema sanitario. El alcohol que se elaboraba en estas instalaciones clandestinas, por personal poco cualificado, era de una ínfima calidad. Su elaboración incluía aditivos altamente peligrosos, que ocasionaban efectos impredecibles y potencialmente tóxicos.
Ojalá la lección de la Ley Seca sirva como referencia para quienes pretendan manejar con prohibiciones absolutas el ancestral apetito humano por los narcóticos. Puritanismo y poder constituyen una pésima combinación para gobernar.