“Ahí viene de nuevo. Es el mismo hombre de todos los días, el que viste la franela que dice ‘kopi luwak cafe’. A pesar del desprecio que siento por él y por todos los de su especie, en el fondo provoca lástima. Es triste no saber qué eres. Ser un mamífero bípedo omnívoro y desalmado y no saberlo. Su ignorancia le hace pensar que el estar de este lado de la jaula me hace una criatura inferior. Él también está en cautiverio. Tiene otros que están a sus espaldas dándole órdenes. Sometiéndolo a la embrutecedora rutina de alimentarme con granos de café para luego revisar mis heces.
Ingenuamente cree que una civeta no piensa, que soy incapaz de articular un mundo interior. Tal vez, alguna débil voz, allá en lo profundo de su débil intelecto le diga que puedo sentir. Pero si existe, la acalla rápidamente. El dinero es su silenciador de conciencia. Así son todos ellos, carecen de voz interior.
La condena del kopi luwak cafe
‘Luwak’ es mi nombre en indonesio. La franela de mi carcelero lo luce unido a la palabra café, ‘kopi’. Ese nombre es el que sella mi prisión. Me tienen confinada en esta jaula para comer granos de café, sólo eso. Me atraparon una noche en el bosque mientras buscaba frutas. A pesar de mi exclusiva dieta de café, mantengo viva la memoria del dulce sabor del rambután. Mientras viva lo recordaré.
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Luego toman mis heces y de allí extraen los granos que venden a un alto precio. Los entendidos afirman que mi proceso digestivo cambia la estructura de las proteínas de las bayas. Dicen que le quitan acidez y que vuelven más suave su estimulante bebedizo preparado con mis paquetes fecales. Ninguna civeta bebería por gusto algo así.
El resultado final de este repugnante proceso es un café de ochenta dólares. El que lo toma, probablemente se sienta más importante que otros que no beben café de mis excretas. ¿Conocerá el sufrimiento que hay detrás del oscuro kopi luwak cafe que sorbe satisfecho? ¿Y si lo sabe, le importará? Me atrevo a pensar que tal vez lo sepa y por eso lo disfrute. Por lo que sé de su especie, el placer ajeno les complace.
El gusto que da el sufrimiento
Nosotras, las civetas nos alimentamos de insectos, frutas variadas y pequeños reptiles. Cierto que comemos granos de café, pero no es igual comerlos en libertad, cuando nos apetecen, que hacerlo obligadas. Están además las pequeñas y sucias jaulas donde nos confinan para comer y defecar. La combinación de café con encierro nos enloquece. Nos volvemos frenéticas, moviéndonos sin cesar por el desespero. Aunque resulta inútil, mordemos los barrotes por si un día ceden. He visto compañeras morir de tristeza soñando con los olores de la selva perdida.
Nos movemos sobre un suelo de alambre que nos causar dolorosas llagas que nadie nos cura. No hay suelo firme sino el afilado alambre que soporta nuestro peso. Es una agonía que jamás se detiene. Más nunca disfrutamos de la clara y fresca agua de los arroyos. Saciamos nuestra sed con un líquido turbio y maloliente.
Se dan casos en los cuales, luego de años de prisión, nos liberan. Sin embargo, el daño sufrido por el encierro nos incapacita para sobrevivir. Perdemos el olfato, nos desorientamos fácilmente y descubrimos con pesar que la selva ya no es la misma. Nos sueltan para morir.
Pequeños cuerpos vencidos
Estamos condenadas mientras las criaturas humanas continúen disfrutando de su exótico y prestigioso brebaje. Y todo parece indicar que lo van a seguir haciendo. No podemos contra ellos. La secreción tóxica que usamos como defensa no ahuyenta a los hombres. Tampoco le temen a nuestras garras. El dinero que produce el kopi luwak cafe es más poderoso que nuestros pequeños cuerpos.
Algunas noches, pienso en el efecto que produce esa bebida. El café se supone que despierta la mente de los humanos, que agudiza su conciencia. ¿Pero que despertará el kopi luwak cafe cuando no hay nada que despertar, cuando solo reina una cruel indiferencia?”