Le parecía que había llegado el momento de publicar. Sus colegas científicos ya lo habían hecho y se lo recomendaban. Tenía que considerar las revistas científicas en español disponibles y realizar su aporte a la generación de conocimiento. No se veía tan complicado.
Contribuir a la construcción colectiva del conocimiento con su trabajo sobre “magmatismo neógeno” era una tarea loable. Consideraba que su publicación mejoraría su práctica profesional como geólogo. Además estaba la satisfacción intelectual que lo motivaría a continuar investigando.
Pero el optimista geólogo olvidó considerar el lado oscuro de la vida. Nunca imaginó que la publicación científica podía ser un ecosistema con especies que se devoran unas a otras.
La selva de las revistas científicas en español
Le sorprendió mucho enterarse de la existencia de revistas depredadoras. Por su formación científica sabía que la palabra “depredador” se utiliza en el contexto de una relación biológica. Depredador es quien caza y la presa es el que transfiere su energía al primero.
De allí su desconcierto al escuchar como sus colegas le advirtieron, “Cuídate de las revistas depredadoras.” El tono era el mismo que empleaba su abuelo en Colombia al advertirle sobre la culebra “cuatro narices”. Y aunque el ofidio no es un depredador de los geólogos, el miedo en las palabras era el mismo.
Así se enteró que en su exploración del mundo de las revistas científicas en español, debía evitar a las depredadoras. Estas se caracterizan porque cobran por publicar artículos sin llevar a cabo procesos reales de selección y evaluación de los trabajos que incluyen.
Trampa científica
Era la misma trampa que usan los millonarios gringos cuando pagan para que sus hijos sean admitidos en universidades elites. A fuerza de dólares sus vástagos se saltan los exámenes de admisión.
Ante este hecho, su corazón científico se encontraba destrozado. La seria sistematización de la producción de conocimientos quedaba comprometida. Esto no era otra cosa que fraude científico.
Un poco para su alivio, un colega británico le había comentado en su versionado español, ciertas limitaciones de las depredadoras. “Hay un cordón sanitario”.
Con esto quería decir que en su búsqueda de opciones de revistas científicas en español existían ciertos filtros. Las revistas depredadoras no son admitidas en ninguna base de datos o repertorio de revistas de calidad.
Como las serpientes corales
James -así se llamaba el británico- le explicó que debía aprender a reconocer las revistas depredadoras. Esto también le hacía recordar al abuelo colombiano. “Hay corales verdaderas y falsas corales”, le decía cuando caminaban por los campos.
“¿Has recibido un e-mail donde te invitan a publicar?”, preguntó James.
“Todavía no”, se apresuró a responder el geólogo colombiano que seguía pensando en su abuelo.
“Las revistas predadoras siempre te enganchan por allí. Ten cuidado.”
El cordón sanitario
“¿Pero existe alguna manera de distinguirlas de las que no son venenosas, perdón quise decir, predadoras?
“Por supuesto, fíjate si tienen muchos anuncios. Eso es sospechoso. También mencionan índices de impacto que ellas mismas inventan, que no son con los que suelen manejar los académicos.”
“Yo te aconsejaría algo más seguro”, continuó James, animado por hacerse entender en español. “En tu búsqueda de revistas científicas en español, es mejor que recurras al MIAR.”
“¿Orinar?”, reaccionó con sorpresa el colombiano. “¿Qué tiene que ver orinar, mear con la publicación?”, preguntó alarmado.
“No hombre, yo hablo de una base de datos de revistas académicas. Matriz de Información para el Análisis de Revistas, MIAR. Si la revista no aparece allí, entonces es una depredadora. ¡El cordón sanitario que te dije!”
El geológo investigador permaneció en silencio unos instantes y pensó en su trabajo sobre magmatismo neógeno. Todas estas consideraciones ahora lo hacían ver como una criatura. Su criatura que estaba expuesta a una maraña de procedimientos donde la premisa era no ser devorada.
“No permitas que te coman tu trabajo”. Dijo el británico sentencioso. Y el científico ya no creía que era una escogencia equivocada del verbo, sino una corroboracón de su temeroso sentimiento.