En la cabeza de Jack London convivían cómodamente tres pensadores: Nietzche, Marx y Darwin. Pero cuando quiso escribir sobre las impersonales fuerzas de la vida, el darwinismo fue su mejor recurso. Eso y los perros.
Y es que el escritor estadounidense intuyó en los canes una prístina comunicación con las capas atávicas de los hombres. Mientras las fábulas muestran a los animales como hombres para descubrir verdades, London hizo a sus lectores entenderse como animales. Entramos en la mente de los perros y allí olemos nuestra esencia primitiva de especie.
El darwinismo en la vida de dos perros
Ese descenso a las raíces del instinto es alimentado por el darwinismo y la idea de la «supervivencia del más apto». “La LLamada de lo Salvaje” (1903) ilustra esta concepción en la odisea de un perro-héroe. De vivir una cómoda existencia en un entorno civilizado, se ve forzado a enfrentar condiciones adversas para sobrevivir. Tres años más tarde, Jack London invierte los términos. En “Colmillo Blanco” (1906), un perro que es tres cuartas partes lobo ha sido severamente maltratado. Acostumbrado a un ambiente hostil encuentra luego la salida hacia un entorno amigable y civilizado que lo transforma.
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Cuando Jack London nació en 1876, la teoría evolucionista de Charles Darwin era notoria en el mundo científico y teológico. La concepción del hombre creado fue sustituida por la de una criatura que evolucionó a partir de otros organismos. Durante este proceso, todos los seres vivos fueron sometidos a la «selección natural». Según el darwinismo sólo las especies más adaptables a un lugar o entorno determinado son capaces de sobrevivir. De allí la idea de la «supervivencia del más apto».
Buck y Colmillo Blanco: los más aptos
El propósito de London de hacernos ver a nosotros mismos con una mirada perruna está atravesado por esta idea. Buck, el protagonista de La llamada de lo Salvaje, es capaz de hacer la transición porque es el más fuerte. Es el perro más decidido a sobrevivir, su instinto es el impulso más fuerte y total de su existencia. En su otro libro, Colmillo Blanco es el único de los cinco de la camada que sobrevive. Esto gracias a su capacidad de adaptación a diferentes ambientes. La capacidad del animal para adaptarse a un entorno nuevo y diferente constituye la trama esencial de tales novelas.
Esta visión alimentada por el darwinismo, fue el motor que movía a los personajes Londonianos. Tanto hombres como animales se encuentran a la merced de impulsos básicos. Sus destinos como criaturas se encuentran sujetos a límites y condiciones estrictas, dejando muy poco espacio a la libertad. El universo de London es un absoluto sometimiento. Las fuerzas del ambiente, la herencia y los instintos biológicos se combinan para controlar la vida de hombres y perros. La posición de ambos es similar ante la necesidad de sobrevivir.
Perros en el fondo de nosotros
No existe impedimento biológico que limite al hombre recurrir a sus motivaciones primitivas para continuar respirando. Recurrir a ellas está en nuestra constitución más básica y pura.
Quizás lo angélico que hemos creído ser no sea más que una quemadura. Y lo que llamamos alma repose en la profundidad que nos toca la mirada de los perros.