Usar máscaras protectoras o no en los Estados Unidos se ha convertido en una declaración política. A decir verdad toda acción ciudadana es un acto político en su sentido más amplio. Pero la opción de las máscaras se encuentra tan resaltada, que prácticamente posee el mismo peso de un voto electoral.
De este modo, salir a la calle con o sin ellas puede ser un significante de apoyo o rechazo al Gran Partido Republicano. Pero también incluye a la Constitución, a la supremacía blanca, a Cristóbal Colón, a la migración o a la bandera confederada. En su posición más extrema indica la posición personal respecto a la Ley de Dios.
Mientras tanto, los casos de coronavirus aumentan en los 40 estados y las tasas de hospitalización suben a un ritmo alarmante. Los funcionarios de salud insisten en los ciudadanos deben llevar máscaras protectoras y mantener el distanciamiento social adecuado. Pero no ha resultado tan sencillo.
Máscaras protectoras rechazadas
Varios obstáculos se interponen en el afianzamiento de estas medidas. Ideales mal digeridos de libertad individual, incoherencia en el liderazgo político y desinformación se imponen sobre el consenso necesario. Un segmento importante de la población prefiere creer en teorías de conspiración que en los informes científicos. Vuelta a la Edad Media.
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Quizás la regresión no vaya tan lejos. Pero el fenómeno del rechazo a usar máscaras protectoras no es nuevo. Este fue ciertamente el caso en muchas comunidades en 1918 cuando la influenza hacía estragos en los Estados Unidos. Alexander Navarro, director Asistente del Centro de Historia de la Medicina de la Universidad de Michigan remite la repetición de este patrón. La historia la cuenta en una publicación de The Conversation.
Lo mismo en 1918
En ese momento, al no existir una vacuna eficaz, las comunidades de todo el país instituyeron medidas de salud pública. Cerraron escuelas y negocios, prohibieron reuniones públicas y aislaron y pusieron en cuarentena a los infectados. Muchas comunidades recomendaron o requirieron que los ciudadanos llevaran máscaras protectoras en público. Y fue este último requerimiento, y no los costosos cierres, lo que más molestias causó.
Muchos encontraron que las máscaras eran incómodas de usar. Por ello la Cruz Roja declaró sin rodeos que «el hombre, mujer o niño que no lleve una máscara ahora es un holgazán peligroso». Numerosas comunidades impusieron ordenanzas obligatorias. Algunos condenaron a los infractores a penas de cárcel cortas y las multas oscilaron entre 5 y 200 dólares.
“Como un perro hidrofóbico”
La aprobación de estas ordenanzas era a menudo un asunto polémico. Se necesitaron varios intentos para que el oficial de salud de Sacramento convenciera a los funcionarios de la ciudad de promulgar la orden. En Los Ángeles, fue cancelada. Un proyecto de resolución en Portland dio lugar a un acalorado debate en el concejo municipal. Allí, un funcionario declaró la medida «autocrática e inconstitucional», añadiendo que «bajo ninguna circunstancia seré amordazado como un perro hidrofóbico».
En los lugares donde la orden de usar máscaras protectoras se implantó con éxito, el incumplimiento y el desafío absoluto se convirtieron en un problema. Muchos negocios, que no estaban dispuestos a rechazar a los compradores, no imponían su uso en sus locales. Los trabajadores se quejaban de que las máscaras eran demasiado incómodas para usarlas todo el día.
Un periódico local reseño que la orden de llevar máscaras protectoras «fue casi totalmente ignorada por la gente”. La regla se modificó para aplicarla sólo a los conductores de tranvías, que luego amenazaron con hacer una huelga. Se evitó un paro cuando la ciudad suavizó la orden una vez más. Denver soportó el resto de la epidemia sin ninguna medida que protegiera la salud pública.
Cárceles repletas
En Seattle, los conductores de los tranvías se negaron a rechazar a los pasajeros no enmascarados. El incumplimiento fue tan generalizado en Oakland que 300 voluntarios civiles ayudaron en los operativos.
Las instrucciones del jefe de policía fueron estrictas. «Salir a las calles, y cuando vean a un hombre sin máscara, tráiganlo o manden a buscar el carro». En 20 minutos, las comisarías de policía estaban inundadas de infractores.
Historia repetida
Muchos denunciaron lo que consideraban que la obligación de usar máscaras protectoras era una violación inconstitucional de sus libertades civiles. El 25 de enero de 1919, aproximadamente 2.000 miembros de la «Liga Antimáscara» denunciaron la ordenanza. Entre los asistentes había varios médicos prominentes y un miembro de la Junta de Supervisores de San Francisco.
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Es difícil determinar la eficacia de las máscaras utilizadas en 1918. Lo cierto es que esa pandemia dejó 675.000 fallecidos en Estados Unidos. Tal vez haya una lección que aprender de esta experiencia. Caso contrario estaremos frente a una de las actitudes más trágicamente tercas de la historia de la humanidad.