El uso de wearables es parte de la vida de Emily Jones. Sus tardes las ocupa en correr a lo largo de la ribera del Rio Charles en Boston. Mientras lo hace disfruta la cálida sensación que le provoca su pulsera de fitness. Saber que ese artefacto sujeto a su muñeca mide y procesa su rendimiento, le confiere solidez a su entrenamiento.
Son múltiples las funciones que la pulsera le garantiza. Un GPS integrado mide con precisión el trayecto recorrido en cada sesión de jogging. Las calorías quemadas igualmente son registradas. Igualmente puede medir cuántas horas ha dormido y la calidad de su sueño. Puede saber si ha disfrutado un sueño profundo y por cuántas fases REM ha pasado. Esa valiosa información le ayuda a Emily a mejorar sus pautas de sueño para mejorar su desempeño deportivo.
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Su pulsera inteligente se conecta con su Smartphone y mediante una app le permite organizar los datos y obtener estadísticas. ¿Cómo no va a soñar Emily con lograr uno de los primeros puestos en el maratón de Boston?
El uso de wearables en Estados Unidos
Según una encuesta reciente del Pew Research Center, Emily forma parte de un grupo muy importante de usuarios de esta tecnología. Sus estadísticas muestran que uno de cada cinco adultos de los EE.UU. (21%) usa regularmente un dispositivo wearable.
Ella, junto a esa creciente porción de consumidores norteamericanos están absorbidos en el concepto del “yo cuantificado”. Esta tribu urbana de cuantificadores se encuentra fascinada por recoger toda la información que pueda medirse sobre sus hábitos. Hay un placer en cuantificar lo más que se pueda cada mínimo movimiento, cada pulso de la vida.
Lo que no sabe Emily
Lo que no toca el corazón de corredora de Emily es lo que implica suministrar tanta información de su cuerpo. Siempre atenta a los registros que recoge su liviana pulsera no imagina que esos datos sean usados por terceros. Las políticas de privacidad de las aplicaciones no es el centro de su vida. Piensa ingenuamente que compartir datos es algo natural y que no vale la pena considerarlo como algo grave. Lo cierto es que le piden acceso a sus contactos, archivos, fotos, ubicación, etc. La mayoría de ellos no son realmente necesarios para el propio funcionamiento. Sin embargo las compañías demandan la mayor cantidad de información personal posible. Esto para proveer un “mejor servicio” de publicidad o para venderla a terceras empresas dispuestas a pagar grandes sumas.
El uso de wearables involucra en muchos casos la publicación automática en redes sociales de un recorrido realizado. No solo muestra el trayecto con exactitud, sino también el horario en el que se ha llevado a cabo. Con esta información precisa ubicar donde vive Emily ya que hora sale de su casa es muy fácil.
Mucha información en pocas manos
El problema principal no estriba en estas publicaciones que pueden ser voluntarias y controladas si se configuran las aplicaciones. Lo grave es la cantidad de datos almacenados que se transmiten a los administradores de estas aplicaciones.
Resultan obvias las preocupaciones asociadas a que un tercero pudiera acceder a la información personal. Pero más aún lo es la gran concentración de información en unas pocas empresas. A esto se le suma el uso que le puedan dar a toda esta gran cantidad de datos.
La información que se recopila mediante el uso de wearables puede ser muy personal. A partir de los datos recogidos por la simple pulsera que lleva Emily se puede extraer información sensible.
Esta información ya está siendo usada para la investigación médica y también se sospecha su uso en inteligencia militar.
Ropa espía
Pero estas pesadas divagaciones no le quitan el sueño a la bostoniana corredora. Ella continúa verificando sus registros de calorías, sus millas devoradas, el bombeo de su sangre vigorosa. Mientras tanto calcula su próximo paso en el uso de wearables. Todo lo que vista será inteligente: zapatos, ropa, chaquetas , lentes, collares…
Someternos a un control que ni siquiera podemos concebir provocó la pregunta del profesor de derecho de Harvard Glenn Cohen. “¿Tu ropa te espiará?”