Considerar la incertidumbre es una segunda piel para el ensayista, investigador y financiero libanés nacionalizado estadounidense. Para Nassim Taleb, la consideración del riesgo no es un ejercicio intelectual. El filósofo ejerció durante 22 años el oficio de “trader” de opciones en la bolsa de Nueva York. Este “empirista escéptico” como el mismo se define, analiza con lucidez la actual pandemia desde la dimensión de la incertidumbre.
La repentina entrada del virus y su impacto mundial corrobora su “teoría del cisne negro”. El complejo tejido de nuestra modernidad nos impide su comprensión cabal y esto nos hace vulnerables a lo imprevisto. En un mundo de cisnes blancos, aparece de pronto un cisne negro y arrasa con nuestros esquemas de valores.
Considerar la incertidumbre: mediocristán y extremistán
Taleb se aproxima a la fragilidad a partir de la distinción de dos categorías de riesgo: mediocristán y extremistán. El primero comprende los moderados y frecuentes y su peor consecuencia es el error. Extremistán abarca los riesgos extremos y que se dan en raras ocasiones. Su consumación es el derrumbamiento de toda una estructura.
Nuestra vida se hunde en letales trampas cuando estamos asentados en extremistán creyendo que aún flotamos en mediocristán.
El taxista antifrágil sale ganando
Taleb recurre a la comparación de la vida de un taxista y un oficinista para considerar la incertidumbre. El taxista vive del día a día. Su vida fluye por las grietas que el azar descubre en cada situación que le toca enfrentar. Atracos, lluvia, nieve, embotellamientos y colisiones forman parte de su faena. El oficinista en cambio vegeta cómodamente en un horario y se arrellana en cómodas sillas en ambientes de aire acondicionado. Goza de seguridad social, prima y vacaciones.
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De acuerdo a las consideraciones Talebianas, la vida del taxista es antifrágil. Asimila los contratiempos con agilidad y aprende rápidamente de sus errores. En el otro extremo, el día que el oficinista enfrente un problema, será de grandes proporciones. Y no estará preparado para afrontarlo desde su acostumbrada comodidad. La ausencia de pequeños problemas diarios implica generalmente la presencia de grandes problemas poco frecuentes.
Aunque el sentido común nos lleve a percibir la vida del taxista como más riesgosa lo contrario podría ser lo acertado. Para ello debemos evaluar la fragilidad y la antifragilidad de cada sistema. Los riesgos del taxista son moderados e implican muchos errores corregibles. Los del oficinista son extremos y un solo error puede conducir al colapso. Esta comparación nos lleva a considerar la incertidumbre desde otra óptica.
La exposición es lo que importa
La capacidad de predecir riesgos no determina la presencia de incertidumbre. Pero si lo hace nuestra capacidad de evaluar la exposición asociada a esos riesgos.
Desde esta perspectiva las primeras reacciones frente al coronavirus se llevaron a cabo con la ilusión de estar en mediocristan. Transcurrieron tres meses de titubeo para que la OMS declarara la pandemia. Actuamos aferrados a criterios de evaluación corporativos: cálculo de probabilidades y análisis costo/beneficio con base en evidencia. De pronto nos vimos hasta el cuello en extremistán y la COVID-19 comenzó su exponencial labor de muerte.
Según Taleb era posible determinar el riesgo como extremo y nuestra posición como frágil incluso al comienzo del año. Para esto no era necesario poseer datos suficientes y si pronósticos concluyentes. Lo que importaba no era la mayor o menor certeza de la posible pandemia, sino la incertidumbre asociada a sus consecuencias.
Ese 1% desvastador
Si en enero hubiéramos calculado un 99 % de probabilidad de evitar la pandemia, ese 1 % restante era importantísimo. Ese mínimo porcentaje encerraba una gran devastación que fuimos incapaces de ver.
Considerar la incertidumbre es crucial para este pensador. Su aproximación nos lleva a cambiar el énfasis en la valoración de los riesgos. Lo relevante es estimar la exposición (términos de frágil/antifrágil) y no la probabilidad (términos de evidencia/ausencia de evidencia).
No importa qué tan probable o improbable era la pandemia en enero. Lo único que importaba era que si esa probabilidad no era cero, se debía contemplar la exposición a ella.
Mientras tanto, una realidad cada vez más incierta nos invita a pensarla desde el riesgo, la incertidumbre y la catástrofe.