Pensilvania en el siglo XIX - Cantineoqueteveonews

Sentado en la mesa, el viejo Herman Becker escuchaba a su hijo quejarse de los inmigrantes latinoamericanos en Harrisburg. Sus reproches le hacían pensar en Pensilvania en el siglo XIX y en la historia de su familia. Su hijo Adler, de cuarenta años, republicano y padre de familia, había perdido la memoria familiar. Hablaba de los inmigrantes “hispanos” como la gran amenaza para los Estados Unidos. Hasta manejaba cifras. “Es necesario detenerlos. Ya representan el siete por ciento de la población de Pensilvania.”

Su voz airada llegaba a la cocina donde el viejo sorbía lentamente una cerveza mientras pensaba en el momento oportuno para intervenir en esa conversación. Aunque más que conversación parecía un discurso que Adler exponía ante sus amigos.

Herman Becker también tenía algo que decir sobre inmigrantes, pero no quería hablar a la ligera. Cierto que el tema lo conmovía y lo agitaba interiormente, cosa que a sus setenta años no era conveniente. Tenía que hablar, pero si algo guardaba de su tradición familiar alemana era el rigor en la expresión. Era un firme creyente en que es necesario pensar primero para poder hablar con claridad. Entonces, contemplando las burbujas de su cerveza recordó los cuentos de su padre. La historia aquella de los primeros alemanes, que llegaron a estas tierras.

“Aliens” en Pensilvania en el siglo XIX

Su tatarabuelo, Emmanuel Becker, fue uno de los llamados Acht-und-vierzigers, los Cuarenta y ocho. Eran alemanes que participaron o apoyaron las revoluciones de 1848 que barrieron Europa. Su lucha buscaba la unificación del pueblo alemán, un gobierno más democrático y la garantía de los derechos humanos. Pero el fracaso de la revolución en la reforma del sistema de gobierno en Alemania los decepcionó profundamente. Muchos de ellos eran buscados por su participación en la revolución y temían por sus vidas. Así dejaron sus antiguas vidas y llegaron a los Estados Unidos.

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“¡Ah, que espíritu el de aquellos germanos¡”, dijo suavemente el viejo, tras un sorbo de cerveza. Se dio cuenta que en lugar de pensar estaba hablando también. Decidió, cuidar más la emoción de sus pensamientos. No le gustaba escuchar decir que los viejos hablan solos.

Los migrantes eran gente trabajadora y había de todo. También había indigentes y criminales, pero en su mayoría eran personas oficiosas. Había sastres, granjeros, fabricantes de gorras, pastores luteranos, rabinos, sacerdotes católicos, pintores, músicos, actores, ingenieros, contratistas, oficiales del ejército, abogados, periodistas e impresores.

Muchos pensaban en América como un asilo temporal hasta que pudieran renovar la lucha por la democracia pero aquellos que pudieron prosperar por los oficios que dominaban fueron los primeros en alejarse del movimiento y, una vez familiarizados con el idioma del país, dejaron de mirar hacia atrás.

También hubo casos de personas que nunca se adaptaron y sucumbieron al suicidio y la locura. A su debido tiempo, la mayoría de los emigrantes aceptaron la derrota de su causa en Europa y las realidades a las que se enfrentaban en América.

Amenaza a la identidad americana

“¡Los migrantes están acabando con nuestra identidad! ¡En todos lados se escucha el español!” Su hijo continuaba la perorata en contra de la “invasión” de centroamericanos. El viejo Becker esbozó una sonrisa triste al escuchar la manoseada palabra “identidad”. ¿Qué querría decir con eso en realidad? ¿Qué significaba en Pensilvania en el siglo XIX?

La migración fue muy alta a mediados de ese siglo con un promedio de más de 40.000 personas al año. Los alemanes representaron menos del 20% de las llegadas en 1851, pero constituían el 53% en 1854.

De allí que los nativos vieran a los alemanes como una alteración del carácter protestante anglosajón del país. La llegada de teutones representaba una posible alteración del precario equilibrio político de la nación. Eran los “aliens” del siglo XIX en los Estados Unidos.

Emigrantes de la tierra del repollo

Los políticos locales pidieron que se restringieran los derechos de los extranjeros, especialmente con respecto al voto y a la ocupación de cargos políticos.

Ni siquiera la manera de nombrarlos era la correcta. Los llamaban “holandeses de Pensilvania” por una mala traducción de la palabra “Deutsch” (alemán). “Dutch” es el término usado en inglés para referirse a la nacionalidad holandesa. El viejo Becker lo comparaba a la imprecisión que implican las palabras “latino” o “hispano”. Toda una complejidad geográfica y cultural reducida a unos términos tan vagos.

Muchos nativos americanos miraban con recelo las actividades sociales de los nuevos alemanes. Se sentían amenazados por la proliferación de los salones de cerveza. Temían la aguda competencia de comerciantes emprendedores y artesanos bien calificados entre los inmigrantes.

Cierta prensa de corte racista se refería a ellos despectivamente como «emigrantes de la tierra del repollo”. Constituían una invasión de extranjeros que osaban intervenir en la política de Pensilvania en el siglo XIX. Eran gente revoltosa que se sumergieron en luchas sociales sin tener un sentimiento de las tradiciones americanas.

Fueron muy inquietantes las propuestas de Carl Steinmetz, de la La Asociación Socialdemócrata en 1854. Estas incluían el sufragio universal, la jornada laboral de ocho horas, las escuelas gratuitas y la emancipación de los esclavos.

Herman Becker se sentía complacido en sus pensamientos. Apuró el resto de cerveza mientras hacía un brindis mental. “¡Por los inmigrantes, por aquellos que traen un mundo a otros mundos!”. Dejó la mesa y se apareció ante el grupo que todavía hablaba del mismo tema en el recibo. “¡Hijo!”, habló con voz decidida,“tengo algo que decir”.

 

 

 

 

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