La hoja de ruta del experto en lenguas, describía su próxima misión: Gazapos en España.
Buscaba la relación actual entre algunos países y el origen de sus nombres que lo hacía sentir una especie de Indiana Jones en busca de tesoros etimológicos.
Venía de visitar Uruguay donde el éxito de su investigación en el país sureño lo había dejado muy entusiasmado.
Uruguay es una voz guaraní que significa “Río de los Pájaros Pintados” y su complacencia fue mayúscula al comprobar esta etimología en la playa de Punta Gorda.
Allí, en el kilómetro cero del río Uruguay pudo contemplar extasiado la multicolorida presencia de garzas, periquitos, biguás, caranchos, cardenales, horneros, boyeros y benteveos.
Concluyó que tantos colores y tantos pájaros hermosos debieron confundir la mente del explorador español Juan Díaz de Solis cuando en 1516 creyó haber llegado a un mar de agua dulce que lo llevaría al océano Pacífico.
Encontrar gazapos en España
Ahora en territorio ibérico, el lingüista esperaba encontrar un vínculo entre la etimología de la palabra “España”y alguna manifestación territorial.
Contaba con la palabra latina “Hispania”, que proviene del término fenicio “i-sch phannim” que significa “isla de conejos”.
Hasta este punto todo parecía indicar que en estas tierras se vería rodeado por miles de estos mamíferos roedores.
Mientras su búsqueda de gazapos en España lo llevaba al valle del Jalón en Aragón, su mente rumiaba una palabra.
Su sensibilidad a las palabras cultivada por años de estudios lingüísticos, detectaba en la palabra “gazapo” una vaga extrañeza.
Sentía que la palabra entraba con dificultad en la imagen redondeada de un conejo, o de una cría de ellos.
Agazapado como un conejo
Siempre que lo invadía una sensación de desvinculación de las palabras con los objetos que designaban, recurría a sus apuntes.
El nexo era un derivado del latín vulgar “captiare” (cazar), que ilustra la facilidad de cazar al conejo.
De allí, el origen del verbo “agazaparse” que es lo que hace el gazapo o conejo cuando se siente amenazado.
Ya internado en los campos aragonenses, se le ocurrió una manera de celebrar su encuentro con los gazapos en España.
Podía ser gritar varias veces “¡Span!” a la manera de los soldados cartaginenses cuando veían a los conejos.
Pero sus expectativas se vieron defraudadas al comprobar que luego de horas de caminar, solo avistó grullas y cigüeñas blancas.
Sin gazapos a la vista
Le costó esfuerzo asimilar el duro golpe de no haber encontrado el hilo de plata que uniera la presencia de conejos con el nombre del hermoso país que estaba conociendo.
Había escogido Aragón porque era uno de los lugares de España donde abundaban los saltarines animalillos.
Al preguntarle a los locales por esta sorpresiva escasez le respondieron que el conejo europeo estaba en peligro de extinción.
En efecto, los gazapos en España habían pasado de plaga, a engrosar la lista roja del Comité Español para la Conservación de la Naturaleza.
Ahora quienes habían sido el dolor de cabeza de los agricultores aragoneses pasaron a ser parte de las especies amenazadas.
El lingüista explorador no salía de su asombro cuando escuchaba los detalles del abrupto tránsito entre sorbos de una Ambar Caesar Augusta.
Y mientras decidía en determinar si lo que más le gustaba era el sabor de esta cerveza regional o su exótico nombre, se enteró de la causa gracias a un entendido en conejos que lo acompañó con las fermentadas locales.
Hemorragia letal
Un virus, probablemente de origen chino (¡Oh sorpresa!) es el responsable de la enfermedad hemorrágica del conejo.
Esta afección altamente contagiosa ha mermado en un 70% la población de los roedores en la península ibérica.
La gravedad del caso ha ameritado que la Unión Europea un programa recomiende un programa de vacunación para los conejos.
Ante este panorama, nuestro buscador de conexiones etimológicas extrajo su libreta de misiones lingüísticas y anotó: Barbudos en Barbados.
“Quizás tenga más suerte allí”, pensó resignado. Pagó sus cervezas y se marchó de Aragón sintiendo una nostalgia de conejos.