Una de las dificultades principales para comprender y manejar la violencia racista es la simplificación. Y es que resulta fácil dividir a los protagonistas involucrados en la vorágine discriminatoria en los buenos (víctimas) y los malos (racistas). De pronto, parecen convertirse en caricaturas de sí mismos jugando un papel fatalmente determinado.
Sin embargo, los estudios que se han realizado para explicar el exceso de autoridad y poder en conductas altamente discriminatorias muestran un complejo juego de factores psicológicos y sociales. Beatriz Montes Berges, profesora Titular de Psicología Social, Universidad de Jaén deconstruye esta conducta en un artículo de The Conversation.
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La conducta discriminatoria que fomenta la violencia racista la sostiene un pensamiento y unas emociones acordes a la misma. Tres componentes crean las dimensiones de la actitud. El primero tiene que ver con las emociones (el prejuicio, que es el componente afectivo). El siguiente, con las creencias (los estereotipos, que conforman el componente cognitivo) y el último, con la discriminación (que es el componente conductual).
Violencia racista automática
En el contexto de la violencia policial, si una persona piensa que los individuos negros generan problemas, estaría activándose el componente cognitivo en el estereotipo. Este pensamiento generaría un rechazo anclado en el componente afectivo. Y de allí se pasa fácilmente a la conducta castigadora desde la posición de poder. Un patrón que se manifiesta en muchos casos de violencia racista
Podríamos pensar que el racismo se circunscribe solo a algunos casos extremos y en algunos ambientes pero, desgraciadamente, nada más lejos de la realidad. Esto ocurre porque existen mecanismos automáticos que dificultan que actuemos siempre con total consciencia de nuestros actos.
Nuestro comportamiento puede estar marcado por la discriminación incluso sin desearlo. Pero ¿qué es lo que explica la violencia racista, especialmente, de las fuerzas que deberían proteger a la ciudadanía?
Más derechos, más ira
Según un estudio reciente sobre el tema, los individuos que creen tener ciertos privilegios no saben gestionar el hecho no tener suerte en cualquier cuestión aleatoria en la que pierdan o salgan desfavorecidos.
Así, los autores establecieron dos grupos, personas con altos y con bajos niveles de creencias sobre sus derechos. Luego los enfrentaron a una situación en la que el azar decidía si debían realizar una tarea divertida o aburrida.
Los resultados mostraron que las personas que creían ser tener más derechos reaccionaron con ira al ver que dichos privilegios no eran reconocidos. Esta emoción se mantenía cuando, en vez de propiciar una situación determinada, se les pedía que recordaran una situación en la que habían sido tratadas injustamente. Cuántos más derechos creía tener la persona, más ira experimentaba.
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Pero, ¿qué ocurría si el recuerdo se centraba en la injusticia cometida sobre otra persona? En este caso, se encontraron dos diferencias clave. La primera es que la reacción ya no era de ira, sino de lástima por la otra persona. La segunda era que solo cuando el nivel de creencia sobre sus propios derechos era bajo se sentía lástima hacia las personas que habían sido tratadas injustamente.
Es decir, que las personas que creen merecérselo todo no sienten lástima ante la desgracia de los demás. De allí resulta sencillo abusar del poder sin miramientos partiendo de la creencia en la disposición de más derechos y de autoridad.